Maldigo la hora 
en que dio comienzo la historia
de sombras sin colores,
de bailes sin zapatos,
de música arrastrada
por la esquina de la plaza
Aquella hora, en la que
quisiste alcanzar
la cima de lo imposible,
arañando las paredes 
insondables de 
la autopista de un cuerpo
ya sin alma
Aquella hora, en la que
creaste un mundo 
de utopías, sin sentido ni razón
cercenadas por la mano
de la cruda realidad

Maldigo la hora
en que los sueños
traspasaron el limite,
en la que el velo
cayo de tus ojos.
Aquella hora
de silencios entrecortados
por turbios saludos
Aquella hora
convertida en la
cruel desazón de tu alma

...
María Glez Méndez


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